viernes



El bendito día en que me sentí como Forrest Gump escuchaba mi propia voz gritándome que corriera, sentía las piernas cansadas y las rodillas tibias, pero tenía que moverme, gritar, alcanzarte. Estabas tan lejos que no te veía claramente o quizás sólo no traía puestos mis lentes. No te escuchaba del todo y no podía distinguirte de entre los árboles que te rodeaban. No estabas cerca, ni querías estarlo. De hecho te movías también. Parecías esa niña rubia, la que se iba y volvía, la que era extraña e impredecible. Aparecías cuando querías y como querías y yo corría hacia ti, aunque estuviera cansada. Corría porque sentía que el camino era inmensamente pequeño y mis pies del hierro más sensato.
La diferencia entre Forrest Gump y yo, es que nunca dejé de correr y tu nunca volviste a morir a mi lado.


1 comentario:

Karla dijo...

me gusta tu blog, llegado a el por azar... me quedaré a leer y seguro vuelvo.