sábado

una hojita en un árbol



Hace tiempo que no me pasaba. Esa sensación extraña de decir “esto es lo que quiero hacer, en el momento exacto, y si no lo hago ahora, estoy segura de que me voy a arrepentir”. Bajarme en el metro Los Leones y sentir un frío rico (no ese incómodo que me molesta tanto en la Facultad). Mirar hacia los lados y ver gente con gorros de colores, bufandas que me dan ansias de tocar porque parecen tan tan suaves. Detenerme un segundo a mirar a los que ven en el tarot y sentir deseos inmensos de sentarme a conversar con uno de ellos, hacerle una pregunta, quizás la más sincera y que me diga que sí; que existe la posibilidad aún de empapar la existencia de magia, y probablemente sonreír y creerle. Caminar mirando esos aros que puestos en el suelo me los compraría todos. Y mover los pies por Suecia y pensar que es tan rico que las mejillas estén heladas pero las manos no. Detenerme a mirar el negocio en que venden sushi y decir, no sólo pensar, “wuacatela”. Seguir caminando, con los pies casi acariciando el suelo, despacio y sin pensar en que al día siguiente tengo prueba de penal y no he memorizado nada. Y tener la convicción, la firme y enorme convicción, de que me da exactamente lo mismo. Mirar como pasa la 104, abarrotada de gente y aburrirme de ese escenario, de no quererlo, de desecharlo. Decidir que quiero caminar, que quiero tener la nariz congelada, que quiero que se me cansen los pies y seguir. Y mirar como los autos a las 7 de la tarde en la calle los leones avanzan más lento que yo. Que las personas aburridas en sus autos miren por la ventana y que quizás, más de alguno, cree que va tan cómodo. Y que no sepa que yo estoy feliz, increíblemente feliz de no tener mi trasero aplastado en un asiento. Y no estar ni ahí con que el mp4 hace meses se me haya mojado y que ahora no funcione, y no tener música para animar el sonido de mis zapatos. Pero sentir que me basta con las ideas, con las bocinas y con el zumbido que hacen las micros cuando pueden pasar rápido. Y verlas alejarse, grandes, inmensas, gigantes. Verlas y no querer estar ahí, y poder no estar ahí. Y seguir, y llegar a esa calle que se llama Traiguen y que no sé por qué me llama tanto la atención y siempre me detengo a mirar esa señal. Y que una hoja chiquitita se mueva en un árbol y yo mirarla, mirarla por segundos y sentir que a mi vida le hace falta poesía como esa. Y pensar que la imagen es tan hermosa, y que si te contara que es lo más lindo que veo hace tiempo me dirías que estoy loca, y que de hecho, probablemente no te lo diría. Caminar cuando está oscuro y las ventanas de las casas no son espejos y nada sirve de reflejo, y sonreír pensando en que nadie puede mirarme la cara blanca y la nariz roja de frío. Y seguir, y mirar que viene una 212 y subirme porque siempre las he preferido a las 104. Y que vayan unos músicos y que me sonreían cuando me siento. Que canten a Elvis y si se cierro los ojos, poder pensar que estoy en otra parte o en otra década. Detenerme y darme cuenta que nada es como antes, que yo no soy como antes. Que ahora si puedo reírme de verdad y que eso, es lo único importante. Decidir que esto si tiene sentido de venir al blog y esperar días a escribirlo, realmente sentirlo.



3 comentarios:

frodita dijo...

luego borrare el comentario :D

frodita dijo...

urra!

morris dijo...

un resfrio me tiene en cama, no es el famoso virus,por suerte, y vagueando por la web me tope con tu blog...me gusto como escribes, cuesta encontrarse con un blo bueno en estos tiempos, claro ya paso la moda, ahora lo que la lleva es el frio, twitter y feizbuu...gracias por derramar la tinta de tus pensamientos en este espacio

PD: vi tu lastfm, aunque nuestra compatibilidad es desconocida...podemos intentar ser amiguis last? jaja
saludos y siga derrochando tinta