martes

Otoño




El vaso es de plumavit. La palabra siempre me hace reír (también “Nestle”, me cuesta pronunciarla varias veces sin equivocarme). El mokaccino con espumita color café encima, suave y con burbujas tan pequeñas que no se pueden contar (en el de vainilla, las burbujas son más claras  y tiendo a pensar, menos pequeñas). Hace un tiempo no sabía que llevaba también chocolate, pensaba que habían tantos tipos de plantas de café en el mundo que unas, por alguna extraña razón, tenían un sabor más áspero, similar al chocolate (no a ese de barra, dulce y asqueroso, sino a ese amargo, que servían en mis cumpleaños cuando era chica).

Me gusta tomar café en el invierno (también en el verano). No el de mi casa. Me agrada comprarlo en esos negocios de la esquina de la U, decir en voz alta “quiero un café grande”, sentir una vacilación horrible al no poder decidir el sabor, disfrutar de la decisión a medias pensando que quizás era un día más vainilla que expresso, ver cómo finalmente cae el líquido de la máquina con la calma más desesperante del mundo, mirar las manos del que atiende mientras le pone una de esas tapas de plástico y un cartón alrededor para que no te quemes (te quemas igual), huevearlo (si es que no tiene de esos cartoncitos) para que los busque y me pase uno, poner mis dedos congelados por debajo del vaso para sentir como se calientan… botar la tapa y el cartón en el próximo basurero porque tengo ganas de dibujar.. Botar el vaso.





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