jueves

Lo bueno de una calle



Siempre (un siempre completamente absoluto aunque semánticamente ya lo contenga) estará dispuesta a recibirte. No pide carnet de identidad, licencia de conducir ni tarjeta de crédito. Abre su cemento a tus deseos imperiosos de caminar y a tus pies sin importar el color de tus calcetines, si usas converse, adidas o simplemente lider. La calle sonreirá, se enojará, llorará, gritará, se convertirá en el laberinto más complejo, en la pasarela más iluminada, en el campo lleno de las flores más aromáticas, en el basurero más angustiante. Se adaptará al momento de la manera más mágica posible, sin importar el estado de ánimo, si estás agobiado, cansado, aburrido, alegre, eufórico, enamorado o simplemente perdido. Solo basta que simplemente te dispongas a hundirte en ella.

No te impide ni te impedirá mirar hacia abajo o hacia al lado cuando no quieras cruzar la mirada con esa persona que tanto daño te hizo en el pasado, pero no dudara en darte la oportunidad perfecta de chocar los ojos con el ser humano que a pasos de ti parece ser la pieza perfecta del rompecabezas que aún no logras armar.

Adora que la gente destinada a encontrarse cumpla el sino de sus vidas, se hace más angosta para que los ojos se conozcan, para que las sombras que detenidas en la punta de sus zapatos, choquen y se vean obligadas a mirarse y a sonreír. Tampoco se muestra ajena a los que están solos, procura demostrarle a cada uno que siempre puede encontrarse con un rostro amable. No deja de lado a nadie por su edad; ni a los ancianos con bastones, a los que les hace el camino más suave, ni a los niños, a quienes les muestra las líneas de las calles para que puedan saltarlas y crean que la ciudad es un juego de luche.

Combina con todas las canciones, se vuelve angustiante con las tristes y se transforma en un cerro cuando las melodías taciturnas se apoderan de tus oídos. Puede ser un camino lleno de espuma y de burbujas con una canción alegre, o el recuerdo más emotivo del beso que tanto se extraña al escuchar una canción de amor.

Adora el otoño porque le gusta sentir que las hojas secas suenan cada vez que alguien sin querer las destruye, le encanta la primavera porque las flores de colores sobre ella la hacen parecer menos monótona, le agrada la lluvia porque le limpia las penas que dejamos caer sobre ella y también el verano porque seca todo lo malo que aún queda vivo en el cemento.

No tiene miedo de las vidas y de cada una de sus bandas sonoras, ni de las hojas de cuaderno de los escolares, tampoco de las llaves pérdidas de los despistados. No retrocede ante los chicles sin sabor, las migajas de pan, los globos reventados ni las boletas que sin sentido esperan servirle a alguien.

No le asusta que sea una persona, cincuenta o quizás trescientas las que busquen sus virtudes en un paseo. No se preocupa del número ni de las edades, no le interesa el peso, la belleza ni el dinero.






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