sábado

El error

La primera vez, con miedo y con inseguridad. La música sonaba demasiado lejana, y el terror de no hacer lo correcto mezclado con la curiosidad hace que parezcas un niño con un juguete nuevo. Es absurdo creer que la segunda vez podría ser tan atractiva, sin embargo se convierte en una extrañeza que parece necesario probar, sólo para que no sea una casualidad o un error, sino que un conflicto interno importante. La tercera vez, con la luz apagada y las voces lejanas, y las ganas inminentes de volverse a equivocar no ocupa ni siquiera un tiempo en el espacio. La quinta vez, lenta y cuadrada, lenta y absurda, no deja de ser un paso a la rutina. La sexta vez, se ha hecho en pequeños pasos y con la clara intención de llegar a concretarse. La séptima vez, las voces apagadas por los deseos abrumantes que se agolpan en la cabeza, y la forma más dolorosa de caer en los remolinos absurdos del agua. La octava vez, la novena, la décima.

Septiembre amanece, septiembre se oscurece y las flores de colores en los árboles no se percatan del huracán que nace adentro del árbol más feo de la calle. La vez número veinte no tiene mucho sentido pero de todas formas ocurre. Si el mes ya es demasiado tiempo qué puede decirse del segundo mes, de la vez número treinta y cuatro, cuando ya la cuenta se ha perdido y el remolino de las ideas cae con fuerza en la nada. Los instantes se hacen importantes e incluso imprescindibles; en un instante observas las cerámicas blancas, en un instante escuchas el sonido del agua corriendo en algún lugar lejano, luego la sensación del cansancio, las rodillas heladas, la sangre agolpándose en la cabeza y los oídos tapados por el deseo de no escuchar nada más que tu inspiración. Equivocarse es a veces una sensación muy dulce, caerse algo extremadamente pecaminoso y volverse estúpido la mejor forma de evadir la luz del día. La vez número cincuenta y siete, cuando “las veces” ya no tienen importancia y la soledad es tan cruel como la sensación del suelo helado bajo tus pies descalzos, te hace reflexionar. Detenerse un segundo, no dejar que el impulso mecánico que te lleva a mover tu mano sea irreflexivo, sino que sea un acto completamente consciente. Un movimiento seguro, una consecuencia de una realidad revelada y que pareces comprender. Un momento que no te llevara al llanto ni al absurdo sentimiento del arrepentimiento, una alegría diferente a todas las que has sentido.

Existen veces y veces. Algunas son inmensamente liberadoras, te dejan con la espalda más liviana y el cuello menos tenso. Acompañada de esa música, de la misma canción que hace meses te acompaña cuando sacas lo peor de ti o cuando reniegas de lo último que consideras rescatable de tu persona. Otras, son agujas en los pulmones, en el esófago o en la espalda. El ahogo mismo, las ganas de salir corriendo hasta encontrar a alguien que te detenga. El deseo incontrolable de eliminar tu hígado, tu páncreas, tus ovarios. Sacar todo el peso, quitar lo que no valga la pena (si es que algo aun lo hace). Las veces y las veces conviven en una danza sepulcral, se encuentran generalmente en las noches y acompañadas de un silencio agobiante o de una música dulce, ocurren. Algunos días, particularmente los fines de semana, las veces conviven con la luz del sol, con el sonido de las micros en la calle y con el de los niños que juegan afuera. Se escucha la vida, pero no se siente gritando dentro de ti. Las veces, confusas, perdidas, agobiantes veces, absurdas veces, racionales veces. El peso, ese peso castigante en cada parte del tronco, la memoria emotiva y las ganas del teléfono, del canal imaginario que une tu cabeza con alguien que se encuentra a calles de ti. La vez cien, la ciento uno o quizás la ciento dos, a lo mejor la ciento tres, y un espejo que grita evidencias.

Las veces y las veces, sin importar el número. No tienen orden en la memoria; son demasiadas en el cúmulo de recuerdos, en los dedos y las manos manchadas, en mi sonrisa apagada, en los ojos hinchados y en el remolino que se forma en el vacío. La vía de escape, el secreto peor guardado, el momento de soledad más feo. Ok. Lo asumo, me equivoque. Me sigo equivocando, pero mucho menos. Quizás mañana o en un mes, no me equivoque nunca más.

2 comentarios:

Shin dijo...

Espero que la persona mencionada "a unas calles" sea yo XD... jaja

Monga, entendi todo... o sea, entiendo todo, pero ahora mucho más. Es interesante no solo hablar, sino saber que piensas y estoy segura que esos errores ya no lo serán más.

Teeeeeeeeeadoroooooootanto!

puki manda saludos :)

Natalia Paz dijo...

AH! uno siempre se equivoca...
lo importante es eso, equivocarse.
Es el mejor modo de aprender (creo).
Jeje, un abrazo grande.
Me gusta leerte, después de tanto tiempo, sigue gustándome.
:)