Tecito en invierno

El otro día se nos quemó el hervidor de agua. La desgracia del año, no se podía cocinar. Teníamos que hervir agua en una olla y mi mamá lo encontraba lo más deplorable del mundo. Así que mi papá decidió ir a la bodega, donde guardaba la hermosa aún, tetera que usábamos cuando los hervidores no se masificaban y no se generalizaba en mi casa la idea de que sirven muchísimo más que las teteras, que son más prácticos, más económicos y más simples.

Pucha, la tetera. Ellas si que la llevaban. Las que tenían un pito eran como la aristocracia tetera, y era genial que te avisaran cuando ya habían hervido, y no simplemente se apagará un botón sin ánimo de que tu lo sepas. Ellas si que eran bacanes, porque pensaban en ti y en las ganas inmensas que tenías de tomarte un tecito o de poner el guatero (que lamentablemente también está siendo reemplazado). Las de la plebe tetera, las que no sonaban, igual era buena onda. Ellas cuando hervían sacaban hartooo humito por su nariz, y ahí tu toda feliz, te servías el tecito.

Las teteras si que son lindas. Son como pura nostalgia, pancito con mantequilla que pusieron en el tostador, estufa a parafina, olor a eucaliptos, lechecita hirviendo, cariñitos de la gente que te quiere, zapatos mojados por la lluvia en el colegio mientras jugabas con los otros niños, uniformes cochinos, inviernos fríos, ganas de dormir en el sillón, Tic Tac o teleseries del canal 13 en la tarde, Rojo y Miel y los alfajores que vendían, Pase lo que pase mientras tomabas once, canciones de Nicole, etc etc.






La nostalgia es tan rarita, a veces se llega hasta a extrañar.
Al que todavía tiene tetera en su casa, le mando felicitaciones. Disfrútela, antes que la modernidad se la trague, y si así llegara a ser, guárdela en la bodega, cuando el come teteras falle, ahí estará, fiel y cariñosa, esperándolo.